Hasta la fecha, ha habido interesantes especulaciones sobre el potencial valor curativo de las lágrimas. El estrés produce un desequilibrio químico en el cuerpo, y algunos investigadores teorizan que las lágrimas se llevan las sustancias tóxicas y ayudan a restablecer la homeostasis en el organismo. Distintos autores señalan que el contenido químico de las lágrimas producido por el estrés emocional es diferente del de las lágrimas secretadas por causa de la irritación de los ojos (como cuando pelamos una cebolla, por ejemplo). Sustancias químicas de nuestro organismo como la noreprinefina y la noradrenalina (segregadas en situaciones de estrés) pudieran jugar un papel importante en este proceso, estando presentes en las lágrimas emocionales. De este modo, las lágrimas ayudarían a aliviar el estrés emocional, disminuyendo la inervación del sistema nervioso simpático producido precisamente por estas mismas sustancias químicas.
Si traducimos estos avances a un plano psicológico, y entendiendo que llorar por llorar, no es necesario, si debiera ser una prioridad en aquellos momentos en los que el cuerpo nos de señales de dicha necesidad, independientemente de que la cultura, el contexto o situación determinen por convencionalismo, que no es el lugar o el momento apropiado. En dicho caso, habrá que construir el contexto adecuado para propiciar el llanto que nos pide nuestro organismo y hacerlo una prioridad. Al igual que no posponemos para el día siguiente tomarnos una aspirina si tenemos un intenso dolor de cabeza, no es de recibo esperar a llorar cuando ya no tengamos ganas y quedarnos con el malestar metido en el cuerpo.