A los niñ@s un ambiente estructurado les viene muy bien, pero un exceso de ello puede ser contraproducente y conforme van cumpliendo años y tienen más responsabilidades se puede llegar a una sobrecarga que por desgracia es un problema muy común hoy día y tiene mucha repercusión psicológica.
El estrés escolar no tiene una definición consensuada, se trata de un fenómeno que está comenzando a ser objeto de interés para los estudios y profesionales de salud mental. Podemos definirlo como una situación de estrés en el contexto escolar; cuando una persona ve que una situación es amenazante o muy demandante y valora que los recursos y capacidades que tiene para afrontar esa situación no son suficientes. Por otra parte cuando dicha situación se prolonga en el tiempo, se produce lo que llamamos estrés crónico, el cual genera consecuencias negativas a nivel psicológico, como ansiedad, tristeza, irritabilidad, des concentración y fisiológico (incluyendo agotamiento del organismo, desajustes hormonales e incluso problemas inmunológicos más serios). Los profesionales sanitarios alertan que por desgracia muchos niñ@s se encuentran en esta situación de estrés crónico asociado a la sobre exigencia escolar.
Esta triste situación de los niños de hoy en día abarca a todas las edades. No es lógico ni saludable que un niño de 8 años tenga una “jornada laboral” más extensa que los adultos, puesto que no sólo asisten al colegio por la mañana, sino que, cada vez son más largos y tediosos los deberes que llevan para casa. Sin tener en cuenta, por supuesto, la infinidad de clases extra escolares; deportivas, musicales, de idiomas, etc.
Por desgracia, la actitud de los padres y otros adultos en ocasiones no favorece el manejo adecuado del estrés infantil, porque los propios padres y familiares también están estresados ya que son ellos los que gestionan todas las actividades de sus hij@s, niet@s…, a esta dinámica disfuncional se suma otra, quizás más preocupante y complicada de abordar, la competitividad de los adultos por los resultados escolares y las habilidades de sus hijos, que se traduce en una actitud de exigencia que delega las necesidades básicas de los niños a un segundo plano (el juego, la socialización no estructurada…) y facilita el desarrollo de sintomatologías de distinto tipo, conductual (rebeldía, actitud negativa), emocional (tristeza, ansiedad, irritabilidad) e incluso somática (dolores de cabeza, problemas gastrointestinales) en los niñ@s como forma de canalizar el estrés acumulado.
Es muy común que debido a la presión que ejercen los propios padres o la gran importancia que les dan ellos mismos a los exámenes se pongan enfermos las horas previas al mismo, somatizando la situación.
Contrariamente a lo que se desea y de forma paradójica, este tipo de dinámicas perjudican de manera importante la capacidad de aprendizaje del niñ@ y su rendimiento.
¿Qué hacer para prevenir el estrés escolar? Lo más importante es lograr que el niñ@ tenga un equilibrio y estructura flexible en todos las áreas de su vida (ocio, deporte, obligaciones) promover un buen ambiente en el hogar y en el colegio, facilitar el sueño reparador y una alimentación saludable y mantener una actitud receptiva ante diferentes señales que nos indican que algo va mal.
Para ayudarle es necesario que se sienta seguro en casa, escucharle con tranquilidad y sin juzgarlo, evitar comparaciones con otros niños de su edad, transmitirles una sensación de seguridad y confianza a la hora de enfrentarse a diferentes desafíos, mostrarse tolerantes y enseñarles como serlo, que pueda expresar en cualquier momento lo que le ocurre o cómo se siente, que sea capaz de pedir ayuda cuando la necesite. En definitiva, y como siempre, los hijos son un reflejo de los niveles de estrés, exigencia y sobrecarga de los adultos, y en ocasiones son estos últimos los que deben tomar medidas respecto a la gestión de su propio estrés.