¿Qué es el Síndrome del emperador?
El síndrome del emperador es la forma coloquial, no clínica, de definir una pauta relacional familiar en la que el ejercicio de la autoridad de los padres está comprometido.
En algunos casos, los roles de autoridad están completamente invertidos, y es el menor el que adquiere un sentimiento de autoridad hacia los demás (progenitores, hermanos, etc.) muy elevado, manteniendo una actitud desafiante y agresiva que comienza dentro del hogar y se generaliza a otros contextos. En situaciones extremas, se dan conductas de amenaza, agresión psicológica y física y otras conductas delictivas (hurtos, robos dentro y fuera del hogar…).
Por normal general, este problema suele comenzar en la etapa de la adolescencia, entre los 12 y 17 años aproximadamente, aunque existen casos, en los que niños de menor edad se convierten en “pequeños tiranos” que consiguen tener un dominio importante sobre la familia.
¿Existe un perfil psicológico asociado a este tipo de problema?
Aunque no existe un patrón determinado, distintos autores han planteado una serie de peculiaridades psicológicas que correlacionan con dicho fenómeno: dificultad para el control de impulsos, inadecuada regulación afectiva, tozudez, sintomatología depresiva, baja autoestima, baja confianza en sí mismos, sujetos excesivamente demandantes de su entorno o con ciertas dificultades relacionales con sus pares de iguales. Este tipo de problemática es más común entre varones, primogénitos o hijos únicos, aunque para nada es exclusivo de estos casos.
Posibles causas:
Este tipo de problemática puede presentarse por diversos motivos, no existiendo un factor clave para su desarrollo. En ocasiones suele asociarse a una historia de sobreprotección familiar, ausencia de autoridad o excesiva permisividad. Las manifestaciones de estas conductas, a veces parecen compensar la escasez de tiempo libre, sentimiento de abandono emocional o la falta de demostraciones cariñosas del entorno cercano, incluso historia de descalificaciones familiares encubiertas durante la adolescencia y primera adolescencia. La sociedad actual también ha sido señalada como corresponsable de este problema en aumento (características como el individualismo y consumismo y la pretensión del éxito fácil sobre cualquier cosa).
Las manifestaciones externas más comunes en menores con esta problemática son las que siguen:
- Siempre están ansiosos, enfadados y/o tristes.
- Buscan atención constante de todo el que le rodea.
- Discuten con los padres sobre las normas, límites o castigos, se revelan ante cualquiera de estas situaciones.
- Consideran que todo les corresponde y que deben dárselo.
- No soportan sentirse incómodos debido a la frustración, negación o aburrimiento y esto conlleva a rabietas, insultos, ira e incluso violencia.
- Baja autoestima que se manifiesta con exigencias constantes y poco realistas de difícil satisfacción.
- No responden correctamente a las figuras de autoridad por lo que les será difícil adaptarse a diversas circunstancias.
- Tendencia a la justificación y a desplazar sus sentimientos de culpa hacia el otro, manteniendo dificultades para asumir responsabilidad de sus propios errores.
Debajo de estas manifestaciones, en la mayoría de los casos existe un profundo sentimiento de inadecuación, inseguridad y poca confianza que intentan suplir con este tipo de conductas poco adaptadas que perpetúan el problema. El reconocimiento de este malestar es clave para poder romper el círculo, junto con el establecimiento de límites claros y firmes que les ayude a guiar su conducta.
La detección temprana de este problema es fundamental, la situación se puede prevenir o realizarse una intervención temprana efectiva siempre y cuando tanto la familia como el menor mantenga una actitud de cooperación y cambio conjunto.
Consejos:
Lo más importante es solicitar ayuda de un profesional, en una primera instancia se puede acudir al pediatra para que ofrezca una serie de pautas y consejos, en muchas ocasiones será necesaria la psicoterapia.
En casa; los padres deben estar en consonancia a la hora de educar a sus hijos.
Se debe llevar siempre una rutina flexible, evitando la sensación de asfixia que genera el exceso de rigidez; pero por lo general, las distintas actividades deben tener su horario establecido además de una serie de normas para el tiempo libre y ocio.
- No es bueno amenazarles, puesto que le trasmitirá inseguridad y aumentará su actitud negativa.
- No hay que prohibir absolutamente todo después de una excesiva permisividad, generando una sensación de inestabilidad e incertidumbre.
- Nunca ponerse a su altura, evitando la escalada de reproches y faltas de respeto, por muy difícil que resulte en ocasiones se debe mantener la calma en todo momento y esperar a que se calme, recordad siempre que como padres seremos el espejo en el que se miren en un futuro.
- La educación es algo primordial, es posible que no existan cambios inmediatos, pero conforme vaya teniendo más edad conseguirá interiorizar todo lo que se le enseñe, paciencia.