Los trastornos no salen como la dentición, ni entran como la gripe, sino que tanto el comportamiento patológico como el sano (si se puede decir) se constituyen en el desarrollo. (Pérez Álvarez, 2013).
Muchos problemas de la vida cotidiana hasta ahora desapercibidos, se han visto afectados por un proceso de psicopatologización de la sociedad. De ahí que una buena parte de nuestro trabajo como psicólogos se haya convertido precisamente en la normalización o la ayuda psicológica en ausencia de un diagnóstico formal.
Se entiende que la presencia de categorías diagnósticas facilita la comunicación entre profesionales y permite su estudio científico. Sin embargo, en lugar de utilizar categorías consistentes en una larga lista de síntomas, se está apostando por el estudio de aquellas dimensiones comunes a diferentes trastornos, es decir, por el uso de agrupaciones psicológicas que describan los fenómenos clínicos, ¿qué les pasa realmente a los pacientes?
Asimismo, la búsqueda de marcadores bioquímicos no debe sustituir el contexto donde se ha desarrollado y continúa desarrollándose la persona. Desde esta posición neurorreduccionista, se asume un papel causal entre lo neurofisiológico y las características manifestadas por el paciente, sin embargo, dichas alteraciones neurobiológicas también pueden ser inversa.
En el ensayo titulado “El mito del cerebro creador”, Pérez Álvarez (2011) no se posiciona en contra de la neurociencia, pero si se opone a la filosofía que implica reducir los problemas psicológicos a procesos fisicoquímicos. Dicho cerebrocentrismo delega en un segundo plano el papel que tiene la conducta y la cultura en el desarrollo del ser humano, inclusive en la configuración del propio cerebro.
Desde esta posición, se resta protagonismo y responsabilidad a la propia persona en cuánto a lo que le sucede. Precisamente, la psicoterapia tiene como objetivo introducir cambios en estilos de vida y no cambios a nivel cerebral directamente. Por lo tanto, y en palabras de Pérez Álvarez, más que “escuchar al fármaco” mejor sería escuchar lo que la persona tiene que decir acerca de lo que le pasa.
En resumen, más que hablar de un cerebro creador, deberíamos de hablar de un cerebro maleable, donde es la persona la que da forma al cerebro, a través de sus hábitos y prácticas inmersas en la cultura. En la misma línea se encuentra la epigenética que devuelve el papel protagonista a la experiencia sobre la genética y la herencia.
Como ya sentenció Nietzsche (1.889): “El psicólogo tiene que apartar la vista de sí mismo para sencillamente poder ver algo”.
Cristina Núñez Parra.
Psicóloga colaboradora centro Psicohuma.
Pérez Álvarez, M. (2013). Entrevista a Marino Pérez Álvarez. El conductista radical. Temas de psicoanálisis. Revista de la sociedad española de psicoanálisis. Disponible en: http://www. temasdepsicoanalisis. org/entrevista-a-marino-perez-alvarez-el-conductistaradical-i.
Pérez Álvarez, M.(2011). El mito del cerebro creador. Cuerpo, conducta y cultura. Papeles del Psicólogo, 33(1), 74-75.